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    Magia manchada de tigre

    noviembre 16, 2022 2 lectura mínima

    Magia manchada de tigre

    Son las 10 de la mañana y debo correr las puertas de la librería en el Centro Comercial Viva Envigado, luego encender el televisor y con esto dar por iniciada la jornada. Usualmente vienen personas a tomar café, unos se acercan y preguntan algún libro que tienen bajo la mira tras terminar sus rutinas en el gimnasio, mientras que otros sólo abren sus portátiles y se disponen a trabajar. Es temprano, apenas abro y espero que sea un día común.

    No he terminado de alistar el primer café de la mañana y se acerca un pequeño niño: no más de diez años de edad, un poco tímido, pero con ímpetu pregunta si me quedan dos libros; -Hola, ¿tiene el tres y el cuatro de Harry Potter?, no logro entenderle bien, pues me distrae el tapabocas que lleva puesto, tiene estampada la boca de un tigre, por lo que me ruge una segunda vez diciendo; - Señor, ¿le quedan el tres y el cuatro de Harry Potter?

    Así que me dirijo, lo más rápido que puedo, a buscar en el sistema los dos títulos. Para su alegría se encontraban ambos. Le sonrío y asentí con la cabeza, acto seguido confirmo con palabras que los tenemos disponibles y el niño sale corriendo a buscarlos. Frecuenta la librería, pensé al mirar cómo conocía a la perfección el lugar en el que debían estar los libros que preguntó. Se emociona al encontrar dos diferentes ediciones y huye hacía afuera de la librería a gran velocidad, como quien encuentra un tesoro y debe compartir el hallazgo, o como un felino que escapa con su presa. Es temprano y apenas estoy acomodando los libros de la exposición…

    Me siento en el escritorio y veo acercarse lentamente a una familia, papá, mamá y el pequeño tigre. Este se suelta de sus brazos y entra impaciente, toma los libros y corre para enseñárselos a su padre, grita –esos, esos son, ya llegaron –. Arrastra al señor a regañadientes colocando su cabeza sobre la parte trasera de sus piernas lo empuja como si fuera una gran roca. Llegan hasta la caja registradora y el hombre mira al pequeño y simplemente pregunta –¿estás seguro? –. Tras un brevísimo silencio el niño mueve bruscamente su cabeza de arriba abajo.

    Finaliza la escena llamando a la mamá y sacando de su bolso varios paquetes pequeños, cada uno con muchas monedas. Resulta, comenzó a contar el niño, que llevaba tres meses ahorrando monedas de quinientos y mil pesos para poder continuar leyendo su saga favorita. Las primeras tres partes no le duraron mucho, también las había comprado con su dinero y necesitaba ahorrar más para continuar leyendo. Abrió las bolsas y comenzamos a contar las monedas; sus papás le ayudaron pues de la emoción confundía los números entre tanto níquel, ni un solo billete. Me entregó su botín y yo le entregué su nuevo tesoro. Sonreía debajo del tapabocas de tigre, era un felino contento al que le sobró plata, incluso, para un helado.

    Por: Jean Benítez

     

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