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    Espero que me leas

    mayo 02, 2023 2 lectura mínima

    Espero que me leas

    Hoy es cuatro de enero y como sé que nadie me va a leer, porque todos están enfiestados o de paseo, te escribo a ti, abuelo mío, Papito mío.

    La última vez que te vi estabas detrás de una puerta de vidrio en cuidados intensivos. Tú en una cama tratando de decir con un poco de vergüenza, para que no te escucharan los médicos, que te trajera unos calzoncillos; y yo, al otro lado tratando de entenderte, te decía, en un grito hablado, que todo iba a salir bien y que te ibas a recuperar. El iluso de tu nieto prometiendo lo que no se puede cumplir, pero tu tan bonito conmigo hacías que me creías. Esa fue la última vez que “hablé” contigo, hace dos años, cuando el mundo estaba bajo el yugo del tapabocas y el antibacterial, esperando con ansias que llegaran unas vacunas que no alcanzaron a llegar para ti.

    Te pusiste mal en diciembre y te fuiste en enero. Como te imaginarás, ya las fiestas no son lo mismo. Todas las familias tienen un centro, una persona que convoca a veces sin necesidad de hacerlo. Todo gira alrededor de ella: un paseo, una fiesta, una reunión de fin de año, se decide por la presencia de esa persona. No es una dictadura. Su autoridad se da por el respeto y el reconocimiento de la familia. Cuando ese centro falta las reuniones familiares no son lo mismo, se siente que falta algo. Todo cambia, la natilla sabe simple y los buñuelos no se voltean solos. Se vive la fiesta sonriendo con nostalgia. De pronto, alguien explota y llora y las lágrimas se escapan por una grieta del corazón. Tu ausencia es la grieta de una herida que cicatriza lento. Porque cuando el centro falta, los extremos se desvanecen. A veces, los que quedan se van regando como el agua del río que se sale de su cauce y luego se evapora, sin embargo, nosotros hemos tratado de estar juntos y sanar la herida. Algunos lo hacen solos, en silencio, a su manera. Yo escribo.

    Me hace falta conversar contigo, saber que estás ahí, me hace falta sentir tu mano rígida que cuando me tocaba era suave como algodón de azúcar. Porque eso eras para nosotros, dulzura. No ha sido sencillo vivir feliz sin tus ojos curiosos, tus ojos inocentes que se cerraron un cuatro de enero y se quedaron sin leer el libro que estoy escribiendo para ti.

    Pito, hoy mi mamá y mis tías te mandaron a decir una misa. No fui. Por eso te escribo esta carta, para pedirte perdón, porque no fui a tu misa y no volveré. He decidido recordarte en la alegría, y en lugar de ceremonias religiosas, llenar con palabras el espacio infinito de tu ausencia, decirte que te extraño, y que ojalá, en algún portal mágico entre la vida y la muerte puedas estar leyendo esto.

    Con amor, tu nieto

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